Por: Dolia Estevez ~ Sinembargo ~ Julio 13, 2020
“Con base en información de fuentes oficiales mexicanas y mis propias observaciones de testigo ocular, reconstruí las 36 horas que AMLO pasó en las orillas del Potomac y aspectos hasta ahora desconocidos de lo que sucedió detrás de las paredes de la Casa Blanca, como el hecho de que AMLO nunca estuvo a solas con Trump”, escribe desde Washington, DC, la periodista Dolia Estévez, columnista de SinEmbargo, a una semana de la visita del Presidente Andrés Manuel López Obrador a la Casa Blanca.
Washington, DC, 13 de julio (SinEmbargo).– Los presidentes Andrés Manuel López Obrador y Donald Trump no tuvieron el encuentro bilateral a solas en la Oficina Oval que anticipó el itinerario oficial el miércoles pasado. Los 30 minutos reservados para la entrevista privada entre los dos, a última hora se volvió reunión múltiple con secretarios y embajadores. Terminó en una charla coloquial en la que hablaron de béisbol, golf y de la salud de un mandatario latinoamericano. Fue el “icebreaker”.
Por lo demás, el itinerario se ajustó al guión y a la acotada agenda negociados por los dos gobiernos. Por razones de seguridad y protocolos sanitarios los movimientos del visitante se limitaron entre el lugar de hospedaje y la Casa Blanca, con la excepción de los monumentos.
AMLO siempre dijo que iría a Washington solamente si había una razón y algo qué firmar. La razón fue la entrada en vigor del T-MEC. Y la declaración conjunta el pretexto para cumplir con la segunda condición. La Casa Blanca no acostumbra tratar con pompa y circunstancia las declaraciones conjuntas de los visitantes, pero aceptó para complacer al Presidente de México.
Bajo el intenso sol en el Jardín de las Rosas, en mesas contiguas con el todopoderoso escudo estadounidense, los mandatarios plasmaron sus firmas debajo de un breve texto marcando el “inicio de una nueva era”. Fue la primera vez que un comunicado conjunto cobra la importancia de un convenio vinculante. Suele darse al final de los viajes para la nota cajonera.
Los gobiernos decidieron no dar acceso a la prensa a la Oficina Oval para prevenir, se dijo, un posible déjà vu del griterío del “pool spray” con el mandatario polaco. Quisieron evitar preguntas de asuntos incómodos como el muro. O imágenes como cuando Trump le tocó la pierna al Presidente de Finlandia y este lo rechazó.
Con base en información de fuentes oficiales mexicanas y mis propias observaciones de testigo ocular, reconstruí las 36 horas que AMLO pasó en las orillas del Potomac y aspectos hasta ahora desconocidos de lo que sucedió detrás de las paredes de la Casa Blanca, como el hecho de que AMLO nunca estuvo a solas con Trump. Los críticos temían que Trump pudiera revelar la conversación privada o poner en boca del mexicano cosas que no dijo por conveniencia propia, como ha hecho con otros visitantes. Ese riesgo se evitó.
Desde el momento que aterrizó en el aeropuerto Internacional de Dulles el martes en la noche, donde lo esperaban la Embajadora Martha Bárcena, el Embajador de Estados Unidos en México Christopher Landau y la jefa de Protocolo del Departamento de Estado Cam Henderson, el Servicio Secreto tomó control de su seguridad. En una camioneta blindada, agentes armados lo trasladaron a la residencia oficial de la Embajada de México, ubicada en una exclusiva zona residencial en el noroeste de la capital.
Era la primera vez desde que se compró para ser ocupada por los embajadores en turno en 1979 bajo el sexenio de López Portillo, que un mandatario se hospedaba en una de sus siete habitaciones. A sabiendas de su admiración por Benito Juárez, se mandó traer del edificio de la Embajada de México sobre Avenida Pensilvania un espléndido óleo del Benemérito de las Américas para ponerlo en la recamara del distinguido huésped durante su breve estadía.
DUEÑO DE SUS PALABRAS
A temprana hora, AMLO visitó el Monumento a Abraham Lincoln sobre la explanada central y la estatua de Juárez frente al hotel Watergate, donde fue aclamado por un centenar de seguidores que viajaron por carretera desde lejanos lugares, así como por un puñado de agitados opositores. Los primeros entonaron el himno nacional. Los segundos gritaron trilladas consignas.
De regreso a la residencia desayunó huevos rancheros. Había tomado solo un café a la salida. Después pasó a su habitación a cambiarse de ropa. La temperatura ese día alcanzó 32 grados centígrados. Pasó un largo rato a solas dándole los últimos toques al discurso que él escribió en México. Por sugerencia de sus asesores agregó un mensaje a la comunidad mexicana destacando su contribución fundamental a Estados Unidos. Con Juárez como único testigo, lo leyó en voz alta.
Nadie lo revisó. La delegación lo conoció tres minutos antes de que se lo dieran a la intérprete. Lo que muchos criticaron como exceso de lisonjas, otros lo interpretaron como la habilidad de AMLO para leer la psicología de las otras personas. Ha entendido muy bien la de Trump, dijeron, cómo hay que referirse a él y cómo hay que entablar una relación con él.
Para cumplir el protocolo de acceso a la Casa Blanca, médicos mexicanos aplicaron la prueba de la COVID-19 al Presidente, a la Embajadora y a Daniel Asaf, jefe de Ayudantía de la Presidencia. “Al Presidente de México sólo se le acercaron médicos mexicanos”, dijo Bárcena en rueda de prensa el 9 de julio. Las pruebas para el resto de la delegación y los reporteros fueron hechas por personal médico de la Casa Blanca en un hotel.
AMLO almorzó con Bárcena, su esposo, el Embajador Agustín Gutiérrez Canet, el Canciller Marcelo Ebrard Casaubón, la Secretaria de Economía Graciela Márquez Colín, el jefe de la Oficina de la Presidencia Alfonso Romo Garza y Asaf. Degustaron platillos mexicanos: cochinita pibil, arroz, rajas, guacamole y frijoles.
Habló sobre cómo varios héroes de México buscaron refugio en Estados Unidos porque sabían que podían contar con la garantía de un poder judicial independiente. Adelantó que ese sería el mensaje que dejaría en Casa Blanca.
OFICINA OVAL
La visita a la Casa Blanca empezó en el Salón Roosevelt donde, bajo el cuadro de Teddy Roosevelt cabalgando (“Habla suavemente y lleva un gran garrote”), AMLO se tomó su tiempo en escribir el mensaje en el libro de visitantes de la Casa Blanca. Había la opción de que alguien de la Embajada se adelantara a hacerlo en su lugar y AMLO nada más lo firmara, pero dijo que él quería redactarlo de su puño y letra (foto). Tanto se tardó que Trump comentó en son de broma que iba a tener que leerlo (la lectura no es su fuerte).
Pese a que estaba previsto que estuvieran media hora a solas en el despacho presidencial, solamente con intérpretes, se maniobró para que también entrara el canciller Ebrard. Pero cuando la delegación mexicana vio que a Trump lo acompañaban el Secretario de Estado Mike Pompeo, el titular del Tesoro Steven Mnuchin y el asesor presidencial Jared Kushner, hicieron lo propio Bárcena, Márquez y Romo. El tema central fue la cooperación contra la COVID y el manejo de la pandemia en ambos lados de la frontera.
Mientras se colocaban en los sillones de la Oficina Oval frente a la chimenea, Trump miró a Kushner en busca de reafirmación de que va bien en las encuestas. El asesor-yerno asentó con la cabeza sin darle mayor importancia.
Se había planeado que el intercambio de regalos se haría en el Salón Roosevelt, pero se cambió a la Oficina Oval. En un ambiente de camaradería, AMLO le obsequió un bate y Trump hizo lo propio. AMLO comentó lo admirado que había sido el pitcher sonorense Fernando Valenzuela y Trump mencionó al golfista mexicano Carlos Ortiz. AMLO se jactó de haber bateado arriba de 300, Trump respondió que él nunca llegó a tanto.
Hablaron del campeonato de los Nationals y lamentaron que por ahora no pueda haber juegos de béisbol. De pasada, Trump comentó que le habían diagnosticado COVID al Presidente brasileño Jair Bolsonaro y que esperaba se recuperara pues había sufrido un atentado en la campaña y que quizá su salud lo podía afectar. La charla fue coloquial, de esas que sirven para romper el hielo.
ASESOR INDESEADO
A la reunión ampliada en el Salón del Gabinete, contiguo a la oficina presidencial, se incorporó el resto de la delegación mexicana. Siete en total. Los presidentes tomaron asiento frente a frente, flanqueados por sus respectivos cancilleres. Minutos antes, Stephen Miller, ideólogo de las políticas antinmigrantes del gobierno, dos veces intentó sentarse en la parte central de la fila de asientos detrás de la mesa–lo que llaman los “backbanchers”—para salir en la foto entre AMLO y Ebrard.
El autor de las medidas más draconianas contra la migración como la separación de familias, las restricciones de asilo y la suspensión de la inmigración legal, presionó hasta el último minuto para meter su agenda. Pero a exigencia de los visitantes, el asesor fue relegado a una esquina. Su presencia no es pertinente o deseada fue el mensaje de los mexicanos. El espacio detrás de AMLO lo ocuparon las banderas de los países. Miller se quedó con las ganas de una foto con AMLO seguramente con el interés de sacarle rédito político.