- LAS DOS CRISIS ENTELAZADAS DEL MUNDO ACTUAL: La crisis por la que pasa el mundo, y que se ha agudizado desde los años 70 – en especial en Norte América – no es coyuntural, ni cíclica, ni reversible, ni pasajera. Son en realidad dos crisis estructurales empalmadas, de temporalidades distintas pero entrelazadas en el presente, con el epicentro de ambas en los EEUU (sorprendente para todos los analistas liberales y neoliberales, por la manera cómo terminó la guerra fría y el breve periodo unipolar que le siguió y aparentó favorecerle): (1) una, que es producto de cinco o seis siglos de evolución sistémica en el longue durée (F. Braudel), es la fase terminal de la vida misma del sistema histórico capitalista “occidental” moderno como tal (sistema-mundo, según I. Wallerstein) – lo que terminó no fue la historia sino la vida del sistema histórico capitalista; (2) la otra, que se alimenta de la primera y a su vez la ha acelerado desde el 2000 al grado de generar el enorme caos, desigualdad, e ingobernabilidad que impera hoy en el mundo, gira en torno al fin de la época de la última hegemonía global posible en la vida de ese sistema histórico, la estadounidense (de 1945 al presente). Cómo navegar estas dos crisis entrelazadas al corto y mediano plazo es el principal reto para todo gobierno del mundo, institución multilateral, actor económico, y todos los sectores sociales afectados.
El principal error de la mayoría de los análisis estadounidenses de las relaciones tanto domésticas como internacionales, y de los análisis mexicanos sobre la relación bilateral EEUU-México, es la de negar esta etapa final de la evolución del sistema histórico en que ha existido el país desde la colonia, suponer la homogeneidad teórica del tiempo o a lo más aceptar los disturbios coyunturales reversibles y vaivenes ciclos, y transferir o trasladar esquemas conceptuales y estrategias de otras épocas al presente. Pero la realidad es que el sistema histórico ya llegó a sus límites asymptóticos y ni habrá un regreso a la hegemonía estadounidense, ni será sustituida por alguna otra hegemonía global capaz, como anteriormente ocurrió en la transición de la hegemonía británica a la estadounidense, de resolver los infranqueables e insolubles problemas sistémicos heredados del orden mundial anterior con nuevas soluciones sistémicas (G. Arrighi).
Si bien el fin de las dos épocas de hegemonía global previas (holandesa y británica) generaron gran caos, guerras, e ingobernabilidad en sus transiciones a las siguientes épocas (británica y estadounidense), esas eras de transición se dieron al afianzamiento europeo del sistema histórico y a su extensión y plenitud global, respectivamente. El sistema histórico de hecho se fortaleció al fin del tránsito caótico de cada hegemonía a la otra, con la implantación exitosa de un más extenso y arraigado orden mundial capitalista, tanto en la economía y la geopolítica, como en nuevas relaciones sociales.
A diferencia de transiciones pasadas, esta última crisis de hegemonía estadounidense coincide con el fin del sistema de acumulación capitalista, y por lo tanto, la transición a lo que viene es y será mucho más caótica y peligrosa – precisamente porque no transitamos a una nueva hegemonía capitalista aún más profunda y general, sino a un nuevo sistema histórico post-capitalista y post-occidental, que está aun por definirse en cuanto a en qué consistirá: bajo qué nuevos derechos humanos y sociales codificados en un nuevo contrato social universal, bajo qué nuevos principios rectores de gobernabilidad mundial, regional y local, guiadas por qué lógicas e instituciones económicas y geopolíticas, y por último, quienes – qué combinación de agencias y fuerzas sociales – lo van a proponer, persuadir y pelear hasta ganar, y edificar (G. Arrighi y A. Gunder Frank concluyeron que solo Asia del Este como región tal vez podría – ¡sin inevitabilidad teórica alguna, sino sujeto a muchos procesos de lucha internos y externos! – guiar al mundo en esta transición a un nuevo sistema histórico con una nueva visión post-capitalista y post-occidental viable).
Para México y el conjunto de la América Latina y el Caribe, lo que esto implica – a pesar del peso histórico y contemporáneo de la relación con los EEUU -, es que nuestra mirada debe redirigirse, en la medida que nos sea posible pero con toda decisión, del Norte y el Atlántico al Este y el Pacífico, alejarnos lo más pronto posible de todos los proyectos de rescate de la agonizante hegemonía estadounidense, aportar nuestro liderazgo ausente para ayudar a consolidar una integración latinoamericana autónoma y de cara al mundo en transición, y solo colaborar con EEUU en todas las iniciativas bilaterales y multilaterales en las que éste esté dispuesto a contribuir positivamente, como un importante país más y no como un poder mercantilista o neoimperialista, a la construcción de un nuevo sistema histórico.
Claro que no va a ser nada fácil, especialmente para México, que lleva tres décadas de apostarle ciegamente a la integración asimétrica neoliberal con EEUU y Canadá, hoy desechada por la administración Trump. Pero no le queda otra.
- LO QUE ENFRENTAN HOY MÉXICO, LOS PAÍSES DE LA REGIÓN, Y SUS DIÁSPORAS LATINAS EN EEUU. Para los países más afectados, para bien o para mal, por el ascenso, apogeo, y estrepitoso declive de la hegemonía global de los EEUU, como los países de América – y muy especialmente México, Centro América, y el Caribe, y sus diásporas latinas en EEUU – es imperativo entender que lo que enfrentan hoy y a mediano plazo es un superpoder ex-hegemónico en franco y peligroso estado de descomposición interna, desigualdad económica extrema, y polarización política y social, y como tal y a falta de soluciones de fondo, convertido en una creciente amenaza directa a sus otrora países socios y aliados y etnias domésticas, a los que “culpa” de su palpable deterioro. Las tres estrategias, cada vez más desesperadas, adoptadas por las últimas seis administraciones federales estadounidenses (de Reagan a Trump) para contrarrestar esa inexorable perdida de hegemonía mundial – acentuando unos el neoliberalismo, otros el militarismo, y el último abrazando el neofascismo y neomercantilismo – fallaron y van a seguir fallando, alimentando el caos sistémico y la agresión abierta a nuestros países, ESPECIALMENTE MÉXICO Y SU DIASPORA EN EEUU.
Apostarle a la re-estabilización de relaciones harmoniosas con el vecino país con diplomacia, negociaciones, y hasta concesiones onerosas “para calmar al tigre”, como lo han venido haciendo los últimos cinco presidentes mexicanos desde Salinas (y no se digan los postrados presidentes centroamericanos), o apostarle a una estrategia de distensión latina basada en el asimilacionismo acrítico y ultrapatriota ante el resurgimiento del virulento supremacismo blanco y la galopante xenofobia que impera en las comunidades anglosajonas se ha vuelto, hoy por hoy, insostenible e irresponsable, alimentando vanas ilusiones que solo nos desprotege en ambos lados de la frontera de los rabiosos embates ya en curso y los feroces ataques por venir.
México y los países del Triangulo Norte centroamericano ya son, y, querámoslo o no, seguirán siendo el blanco exterior número uno del desorden que hoy es EEUU; los latinos, y muy especialmente las diásporas mexicanas y centroamericanas en ese país, se han convertido en el blanco doméstico número uno también. Se requiere adoptar, por lo tanto, estrategias coordinadas transnacionales, multilaterales, multisectoriales y multidimensionales, de resistencia y protección, tanto de los gobiernos como de todos los actores nacionales en los países de la región y que incluyan a sus diásporas transnacionales al interior de los EEUU.
Solo un gran frente de solidaridad hemisférica – por lo menos en el Hemisferio Norte de la América – nos va a permitir, junto con otros actores mundiales y sociales en EEUU que ya empiezan a coordinarse, resistir, y defenderse – transitar por esta era de transición caótica a un nuevo sistema histórico sin que el moribundo sistema actual y su agencia principal – que se rehúsa a ceder sus privilegios sin proveer soluciones sistémicas a los crecientes problemas sistémicos del mundo – nos cause más daño del que ya nos está causando a nosotros y al mundo.
Un primer intento – hoy debilitado coyunturalmente pero destinado a resurgir – de forjar una solidaridad continental integral adecuada a los retos de nuestra era de transición sistémica, fue el proyecto de integración post-neoliberal sudamericano, del 2000 en adelante, bajo el liderazgo de Lula, Chávez, los Castro, los Krishner, Morales, Correa y Mujica. Algo así tiene que forjarse ahora entre los países de México, Centroamérica, el Caribe, buscando la unidad con los otros países de Sudamérica, y con nuestras diásporas en EEUU, rescatando y renovando nuestras grandes visiones martianas, bolivarianas, sandinistas, mariateguistas, zapatistas, indigenistas y chicanas. Nos llegó la hora de construir, para mejor defendernos y hasta forjar un mejor futuro en las adversas condiciones en las que nos encontramos, una renovada visión continental “del buen vivir” y “amor y respeto a la Pachamama” que incluya todas las visiones libertarias anteriores de Nuestra América – que incluye a los latinos en los EEUU – para contribuir a la construcción de “un mundo donde quepan todos los mundos”.
Los que, cómodos en el caos mientras no les afecte directamente, o acobardados por el bully que nos acosa y golpea, o por inercia y ceguera le sigan apostando hoy al bilateralismo y appeasement a ultranza con el tigre suelto del desquiciado vecino ex-hegemónico – ya sea adoptando una postura digna, mendigante, o de plano vasalla; ya sea que se declaren dispuestos a seguir en el proyecto neoliberal, a resucitar el neodesarrollista, o de plano a resignarse a un proyecto neoporfiriano – van a recibir una ruda lección del alto costo de basarse en las formulas anacrónicas de otras eras – la del ascenso y apogeo de la hegemonía estadounidense, hoy derrumbada – y no entender a tiempo lo que enfrentamos hoy en esta era de transición sistémica caótica, pero preñada de un nuevo mundo.
En resumen: en el siguiente periodo sexenal hay que dejar de alimentar al tigre suelto, y juntos con otros bajo su acecho actuar para enjaularlo detrás de fuertes barras de acero solidario mientras plantamos los nuevos jardines del porvenir.
No va a ser nada fácil, pero las otras dos alternativas, explicadas a continuación, son peores.
- LOS TRES POSIBLES ESCENARIOS MUNDIALES Y EL PAPEL VITAL QUE JUGAMOS LOS MEXICANOS TANTO EN MÉXICO COMO EN LOS EEUU. Hay tres escenarios que ya se pueden ver contendiendo por extenderse e imponerse en todas las tendencias globales actuales. Estas son: (a) una franca y acelerada regresión neofascista general – acentuado en los EEUU desde el régimen de Bush II y mucho más hoy con Trump (Obama trató, infructuosamente, de detenerla con carisma y tibias medias tasas neoliberales), pero también visible y amenazante en la GB, UE, Rusia, y muchos otros países – que puede llevarnos hasta una guerra mundial y un colapso civilizacional y planetario; (b) un inconcluso y prolongado entierro del agonizante sistema capitalista, por falta de liderazgo y consenso mundial, ingobernable, conflictivo, y estancado, acompañado de un doloroso y prolongado parto a un nuevo sistema-mundo post-capitalista no necesariamente atractivo y superior al actual (“un mundo que no acaba de morir y otro que no acaba de nacer”, y (c) una visionaria e inteligente transición ordenada a un nuevo y superior sistema mundial negociado por todos los actores sociales, geopolíticos, y económicos estratégicos tanto del Norte Global como del Sur Global, unidos por encima de nuestros intereses sectarios y antagonismos ancestrales, por ser conscientes del abismo – escenario (a) – y el desierto – escenario (b) – que enfrenta el mundo entero si no marchamos todos juntos adelante.
La historia del mundo moderno no nos da mucha razón para ser optimistas, pero tal vez ante el gran reto que enfrenta la humanidad ésta transitará al escenario (c) relativamente en corto tiempo y sin tener que pagar los altísimos costos de las transiciones sistémicas y hegemónicas anteriores.
De todos depende qué escenario gane terreno. Y ahí México y los mexicanos en su enorme diáspora en los EEUU juegan, por los azares de la historia y sus localizaciones estratégicas, un papel clave. Somos, para decirlo ya, de los agentes de cambio más importantes en ese país, tanto por nuestras aportaciones positivas en ambos lados de la frontera como por nuestras resistencias organizadas en todos los niveles.
El escenario (c) arriba mencionado, pasa por un EEUU vuelto a la razón y dispuesto a ceder en sus peregrinos anhelos de resurrección hegemónica y empezar en serio a contribuir junto con otros en la construcción de un nuevo mundo.
Y los mexicanos – tanto unidos detrás de un nuevo régimen mexicano dispuesto a resistir y ayudar al mundo a enjaular al tigre suelto del trompismo, como los que juntos con otras etnias progresistas en las entrañas del monstruo den la gran lucha en defensa de sus derechos sociales y de los derechos humanos de los inmigrantes y refugiados – jugamos un papel importantísimo para cambiar el comportamiento y orientación de ese país.
Por ello las relaciones bilaterales y multilaterales entre los países de la región de Norteamérica y el Caribe, y el papel que jueguen los latinos en EEUU, por un lado dependerán de, y por el otro contribuirán significativamente a, qué escenario mundial de los tres ya mencionados tenderá a crecer y triunfar en el mediano plazo. Tenemos un papel protagónico en el destino de la humanidad. Somos los mexicanos de ambos lados de la frontera con EEUU sujetos históricos de primera importancia en este periodo de transición sistémica. De nosotros dependerá la resistencia efectiva, junto con muchos otros en el mundo y al interior de los EEUU al trompismo – eje central del ascenso del neofascismo en el mundo contemporáneo.
Así como la Revolución Mexicana contribuyó, del brazo de otras revoluciones y luchas de liberación nacional del siglo XX a un orden geopolítico mundial postcolonial, y a la formación y desarrollo del Tercer Mundo; y así como la rebelión chicana, del brazo de otras rebeliones étnicas en EEUU de mediados del siglo XX, contribuyó a la construcción de una sociedad pluricultural no solo en EEUU sino replicado en todo el mundo; así hoy México, con el triunfo limpio y arrasante de Morena, que tiene el potencial de inaugurar una nueva etapa de su historia (su “cuarta transformación”) y resolver sus más agudos problemas internos, está, si asume su responsabilidad de cara al mundo, en muy buenas condiciones para aportar liderazgo, como México lo ha hecho en el pasado, a una transición mundial positiva; y así también, los mexicanos y latinos en EEUU, hoy sumando los casi 60 millones de residentes de ese país y a la cabeza del gran movimiento pro-derechos de los inmigrantes y refugiados, y luchando por sus derechos sociales y culturales, tiene el potencial de resistir y enjaular al tigre mismo del neofascismo hoy ya encumbrado en el poder del Estado, coadyuvando a que esa potencia post-hegemónica abandone su afán de reimponerse y alargar la agonía del sistema histórico que encabeza, y se integre al resto del mundo para transitar a uno nuevo y superior.
Nuestras únicas cadenas que nos impiden actuar con plenitud y acorde a nuestra responsabilidad histórica en estos momentos de gran caos y transición a un nuevo mundo son las pesadas cadenas conceptuales que aun traemos en la cabeza – especialmente nuestras concepciones y teorías heredados de épocas anteriores, que ya no logran explicar la realidad ni nos ayudan a cambiarla en una dirección nueva y positiva. Y es que, como decía Carl Jung, no se pueden resolver los mayores problemas que nos aquejan con los mismos conceptos que los causaron en primer lugar. Nuestros gobiernos y nuestros pueblos tendrán que actuar en el inmediato y a mediano plazo para defenderse y navegar la crisis dual que enfrenta el mundo entero, y contribuir a superarla, y para eso tendrán que entender su momento y oportunidades históricas con ideas nuevas que le pertenecen a su futuro. Nuestro peor error sería seguir pensando como antes.